Por Petra Saviñón
Terminada la formación preuniversitaria, queda abierta una amplia cartera de posibilidades, de circunstancias y un vacío que afecta a los estudiantes y a los padres. Obvio, los profesores igual son tocados. La rutina de lunes a viernes, levantarse a la misma hora, asistir al plantel…
Para los del sistema público hay una ruptura desde séptimo, acudirán a otra estructura, al liceo, porque ya corresponden ahí. Tras cambios de ese nivel de primaria a secundaria y luego a básica otra vez, parece que ya por fin será de este renglón.
Estos niños cambian de centro y a veces no quedan con los mismos compañeros o los mezclan, quizás les resulta más fácil adaptarse al cambio luego. Lo mismo para los que van a colegios que solo imparten primaria, algunos incluso hasta quinto.
Para los que van a lugares la jornada preuniversitaria completa, el choque es más fuerte, mínimo doce años en el sitio, con los mismos alumnos, salvo excepciones de nuevo ingreso o cambio de sala.
Pero en todos los casos es un choque, de repente dejar esto, la bulla en el aula, la brincadera en el patio, para empezar una vida de adultos en la universidad y a los que la vida no les da el chance, en una labor con la que deben sustentarse y a veces a sus familias.
Los padres también sufren ese cambio, ver al hijo encaminarse a otra ruta, a destino de hombre, de mujer que ya tendrá un control más amplio de su vida y surgen tantas interrogantes, tantos temores.
Verlos convertirse en adultos, abrir sus propios techos, angustiarse en la incertidumbre de si en verdad estarán listos para entrar a un campo en el que no solo habrá contemporáneos.
Los profesores, aunque acostumbrados a ver entrar y salir gente nueva de sus salones cada año lectivo, son arropados por la nostalgia, sobre todo, cuando han hecho vínculos fuertes.
Así, ese paso, ese título de bachiller que ahora reciben los muchachos que concluyeron este ciclo escolar, pasada la euforia trae tantas sensaciones, tantas interpretaciones, tantas angustias. Mas, lo esencial es entender que seguir, que meter ganas es lo trascendente.