Por Petra Saviñón
-A la población que no saque fundas de basura a la calle, para que no tape los filtrantes y que colabore con las autoridades- Cada vez que hay un temporal, esta exhortación sale a flote como las falencias que ponen en evidencia a los que gobiernan las ciudades.
En pleno aguacero, los alcaldes y alcaldesas salen bajo sombrillas a recorrer los barrios paupérrimos, a escuchar a sus habitantes, a llevarles la promesa de que sanearán las cañadas y mantendrán la recogida de desechos.
Pero sale el sol, aleja el susto y todo vuelve a ser como antes de las lluvias. Los desperdicios enrostran a los funcionarios municipales que no cumplen, las cañadas siguen como una gran amenaza que nadie enfrenta y la gente convierte las calles en vertederos.
La basura que campante pasa de las aceras a las vías, saca la lengua hasta al Ministerio de Salud Pública y convierte lo insalubre en una cotidianidad que pare cucarachas, curianas, moscas. ratas…
La contaminación, la raquiña, las enfermedades como leptospirosis, engrosan los informes de la Dirección de Epidemiología y los médicos llaman a la gente a no dejarse morder por ratones. Ya que parece tarea imposible prevenir esas plagas, entonces solo queda huirles.
En tantos y tantos sectores, el hedor anuncia que más adelante hay un cúmulo de basura que los moradores ven impasibles, ajenos o acostumbrados al riesgo y para contribuir con su granito de desperdicio, gente de otros lugares acude hasta en camiones a tirar también.
Así pasa en sitios como La Yaguita de Los Jardines, un espacio capitalino y marginado, detrás de avenidas céntricas como la John F. Kennedy, Buenaventura Freites y José Núñez de Cáceres. O sea, en el centro ‘el pueblo.
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