Por Petra Saviñón
La dejadez que atrapa y devora al país es como una huelga de cerebros caídos. Alienados vamos por el día hasta que concluye y empieza el otro y lo mismo hasta quién sabe y nada nos sacude.
En ese tren en el que vamos montados, a veces a empellones, como el metro en hora pico, nos absorbe el trabajo y las horas gastadas frente a las pantallas para olvidar que de la labor lo que más queda es el cansancio que hasta nos impide convivir con los hijos, preciso por los que trabajamos los que sí tenemos. Paradoja.
Agotados, entramos a la casa, que a veces ya no es hogar y nos molesta que nuestra prole acuda a hablarnos de su jornada, a plantearnos una situación que requiere nuestra orientación. Les gritamos y hasta golpeamos.
Es la descarga de la rabia, de la impotencia ante un jefe que humilla, un empleo de baja remuneración, el abuso de poder, una canasta familiar cada vez más incosteable. Es La revancha, como en el cuento de James Joyce.
Qué absurdo que en tantas ocasiones, un empleo, preciso la vía de conseguir lo mejor al alcance para los trocitos del alma, como define mi madre a los hijos, sea el motivo que nos lleve a agredirlos.
Ocurre porque estamos bajo un sistema de inequidad, de desigualdad que hunde a los más vulnerables en un círculo demasiado cerrado, que termina por ahogarlos, por dejarlos sin escuelas, sin clubes sociales, sin espacios de recreación y concluye en matarles el alma, en insenbilizarlos y apocarlos.
Los comentarios están cerrados, pero trackbacks Y pingbacks están abiertos.