Por Patricia Namnún
La disciplina de los hijos es difícil. Es uno de esos temas complicados en los que muchas veces nos vamos de un extremo al otro. Por un lado, podemos encontrarnos rechazándola por completo porque entendemos que le hacemos mal a nuestros hijos al aplicarla. Por otro lado, podemos estar usándola desmedidamente hasta el punto de exasperar a nuestros hijos.
Independientemente de lo que pensemos o no de la disciplina, la fuente de toda autoridad en fe y práctica para la vida del creyente es la Palabra de Dios. Ella nos enseña que, si amamos a nuestros hijos, debemos disciplinarlos: “El que evita la vara odia a su hijo, pero el que lo ama lo disciplina con diligencia” (Pr 13:24).
La disciplina diligente es necesaria en la vida de nuestros hijos, pero no debemos perder de vista que debe ser aplicada en amor, apuntando al corazón y con el fundamento de la Palabra de Dios.
Todos somos pecadores (Ro 3:23). Esta es una verdad que nos cuesta asimilar a los padres cuando vemos a nuestros hijos bien pequeños y todo lo que hacen nos causa ternura. Sin embargo, si tus hijos tienen más de dos meses de vida, la presencia del pecado es algo que probablemente ya has podido ver: las rabietas porque quieren un juguete que no pueden tener, los gritos porque quieren estar en un lugar en el que no deben estar, las peleas entre hermanos, los deseos egoístas, las desobediencias inmediatas luego de advertencias. ¿Te sientes identificada?
Tu hijo necesita ser disciplinado porque es pecador. J. C. Ryle dijo:
“Una madre no puede saber cómo será su tierno bebé cuando crezca, si será alto, pequeño, débil, o fuerte, sabio o necio: puede que él tenga todas o ninguna de estas características, esto es completamente incierto. Pero una cosa que una madre puede decir con toda certeza: él tendrá un corazón corrupto y pecador”.
Nuestros hijos son pecadores y el pecado no es algo que nosotras como madres debemos tratar de manera trivial. No debemos perder de vista que la disciplina en nuestros hijos se hace necesaria por causa de su pecado, no porque la disciplina sea lo que vaya a salvar sus corazones, sino como un medio por el que podemos apuntarles a Aquel que pagó precio de sangre por su pecado. Es importante que ellos puedan ver que el pecado no es poca cosa delante de un Dios santo.
Apuntando al corazón
La Biblia nos enseña que el problema principal en nuestros hijos (y en nosotros también) es el corazón y no solo el comportamiento:
“Porque de adentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, avaricias, maldades, engaños, sensualidad, envidia, calumnia, orgullo e insensatez. Todas estas maldades de adentro salen, y contaminan al hombre” (Mr 7:21-22).
Lo que vemos es solo la evidencia externa de lo que hay en el interior. Cada comportamiento inapropiado que observamos en nuestros hijos es una señal de alerta de lo que hay en sus corazones. A veces como padres podemos cometer el error de enfocarnos en el cambio de comportamiento, mientras descuidamos con frecuencia la condición del corazón de nuestros hijos.
La realidad es que los cambios meramente externos no son duraderos. El apóstol Pablo nos enseña que las normas y restricciones humanas no tienen poder contra los apetitos de la carne (Col 2). ¿Queremos ver un cambio en el comportamiento de nuestros hijos? Necesitamos apuntar al corazón.
Cuando descuidamos apuntar al corazón y nos enfocamos solamente en disciplinar la conducta, lo que hacemos es crear niños manipuladores y legalistas. Manipuladores porque aprenderán a comportarse de la manera en que nosotras, como madres, esperamos que lo hagan, pero lo harán solo para evitar el castigo. Se volverán legalistas porque, sin darnos cuenta, les enseñamos que las normas y el comportamiento externo es lo que realmente importa por encima de la condición de sus corazones.
Sin duda, la obediencia a la Palabra requiere de nuestra parte un cambio de comportamiento, desechar algunas cosas y vestirnos de otras, pero la Biblia misma ata este dejar y tomar a la renovación de nuestra mente y la transformación de nuestro corazón (Ef 4:22-24).
Como madres necesitamos ayudar a nuestros hijos a entender que sus corazones pecadores son la fuente de su mal comportamiento. El problema como tal no es la contienda por un juguete, sino su corazón egoísta. Su trato inapropiado con otros tiene que ver con su falta de amabilidad y amor. Sus desprecios a las dádivas recibidas son el fruto de un corazón egoísta y malagradecido.
Cada comportamiento inapropiado en nuestros hijos es una oportunidad para enseñarles a ver la condición de su interior y apuntarles a Cristo como Aquel que necesitan sus almas y quien es el modelo perfecto de una vida en rectitud.
Esta última parte es esencial por tres razones:
- La disciplina no va a traer la salvación que tus hijos necesitan, sino solo Cristo. Sin embargo, es un medio para apuntarles a su condición caída y a la gran necesidad de su corazón al mostrarles que el pecado tiene consecuencias.
- No podemos solamente decirles a nuestros hijos lo que no deben hacer, también debemos proveerles una salida. No debemos solo mostrarles las actitudes pecaminosas de sus corazones, también debemos apuntarles a aquellas que muestran un caminar en rectitud.
- También debemos enseñar a nuestros hijos a discernir lo que está ocurriendo en su interior. Es probable que ellos no sepan expresar lo que sintieron en un momento o lo que les llevó a actuar de alguna manera u otra, pero nosotras tenemos la oportunidad de ayudarlos y guiarlos a aprender a evaluar su propio corazón.
No estás sola
¡Lo sé! Todo esto es una labor ardua. Instruir a nuestros hijos apuntando al corazón requiere que tomemos el tiempo para hacerlo y, en ocasiones, tengamos que dejar de lado otras cosas importantes. Mamá, como bien dijo C. S. Lewis: “Tus hijos no son un estorbo para el trabajo más importante. Ellos son el trabajo más importante”.
En medio de esta ardua labor de la maternidad no estamos solas. En Cristo tenemos la presencia de su Espíritu habitando en nosotras y dándonos lo que necesitamos para instruir a nuestros hijos de una manera que sea agradable al Señor. Él también nos provee de una comunidad que puede ayudarnos a sobrellevar nuestras cargas.
En cada una de las oportunidades en que no hemos actuado como debimos y en su lugar reaccionamos con ira, Él nos ofrece perdón y limpieza si vamos a Él en arrepentimiento.
¿Qué pasa cuando no sabemos qué hacer? Él nos dice que si nos falta sabiduría la pidamos a Él y nos dará en abundancia y sin reproche alguno (Stg 1:5). Por lo tanto, en total dependencia del Espíritu Santo, caminando junto a tu familia de la fe y recordando Su provisión de perdón y sabiduría, disciplina a tus hijos apuntando al corazón.
Fuente: Coalición por el Evangelio