Por Petra Saviñón
El control de la ira es una proeza extraordinaria en tiempos de duras pruebas, de elementos zozobrantes. Sí como estos.
Como estas cruciales etapas que perturban alma y cuerpo y hacen al cerebro tambalear y hasta fracasar.
Violencia de todo género, con agresiones directas al individuo pero otras igual lo apuñalan: altos precios, contaminación, prisa, distintas a la verbal, física y sicológica y que igual agreden.
Una coraza de múltiples metales es menester para preservar el control y eliminar los exabruptos ante tanto y diversificado bombardeo.
Es cardinal parar, girar, contar, saltar para que esos factores terribles no degeneren en conductas que lesionen a otros y sobre todo no lleven a descargar esas frustraciones infames en los más vulnerables.
Que no sea realidad en ninguna vida el cuento La revancha, de James Joyce y no carguen esa cruz los más débiles y sobre todo los que por obligación debemos proteger, nuestros hijos.
El constante ejercicio de la paciencia debe estar y actuar, impuesto junto a la cordura y a los estribos para preservar la estabilidad propia y del prójimo.
En la construcción de una mejor vida, de una nación más poderosa es necesario echar mano a las herramientas más humanas, la mansedumbre, el perdón, la serenidad que engrandecen y de paso evitan tragedias.
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